¿Recuerdas aquél día en el que hacía tanto frío? Esas horas heladas, en las que el invierno hacia acto de presencia desde la noche hasta la mañana. Los copos caían despacio, orondos y gélidos como granos de azúcar. El manto blanco se ceñía sobre el ilustre pavimento, callado e indiferente, orgulloso de su abrigo recién estrenado acorde con la temperatura. Instantáneamente los críos se dedicaban a lanzar bolas de nieve, moldeadas en sus menudas y regordetas manos, para luego lanzarlas con énfasis. Sobre los tejados rojizos el humo se elevaba y resaltaba aún más su tono perlado en el paisaje níveo. Los abrigos abundaban, así como el vaho que emergía de las bocas de la multitud que se desplazaba sonriente en aquel día invernal. Los gorros eran policromáticos y las bufandas ondeaban como banderas, arrogantes. La hermana Teresa salía rodeada de su séquito de monjas mientras reían y sujetaban el chocolate caliente con pasteles y bollos. La señorita Grey corría mientras agarraba a Samuel de la mano, su prometido (se casarían en mayo), y reían promesas aún sin cumplir que tenían un plazo. Un muñeco de nieve estaba delante de la casa de los señores Nouns, como su guardián inquebrantable.
